domingo, 30 de diciembre de 2007

Saludo

Iba a escribir esto como una respuesta a los comentarios que me dejaron en los últimos días, pero me di cuenta de que iba a resultar largo.
He tenido poco tiempo y además, como hago todos los años, viajé a pasar la Navidad con mi familia de origen, así que no me acerqué mucho a los blogs, cosa que lamento (ya me pondré al día).
Este año termina con mis tres abuelos poniéndose viejos de golpe y todos juntos (¡parece mentira, a mi edad tengo aún tres abuelos que recién ahora se están poniendo viejos!) de la manera más indigna en que los seres humanos lo hacemos; de modo que estas fiestas me encontraron haciendo apoyo logístico a mis padres y sus hermanos que tenían que turnarse para cuidarlos y organizar a las enfermeras que se ocupan de ellos en otros momentos. Así y todo, como la alegría es obligatoria por mandato familiar y social, tuvimos nuestra cena de Nochebuena con vittel thoné y turrones y regalos y todo eso que se estila en estos días.
Ahora las cosas se acomodaron un poco, de modo que la cena que resta la pasaré en mi propia casa con amigos y familia, y comeremos vittel thoné y turrones como se acostumbra.
Les agradezco a todos los comentaristas/amigos virtuales los mensajes con deseos para el año que comienza. La verdad es que las fiestas no sólo no me gustan, nunca, sino que además me deprimen, pero siempre es agradable ver que otros quieren que a uno le pasen cosas buenas.
Gracias y que les vuelva todo lo deseado.
Volveré y seré turrones... el año que viene.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Queja doméstica

Este relato comienza hace unos veinte días. En esa oportunidad mi suegra comentó que le gustaría acceder a uno de esos créditos para computadoras que estaba otorgando el Banco Nación a jubilados. En realidad no se trata de un crédito sino que te dan la computadora misma, financiada a un montón de meses y sin interés. La pobre tenía intención de que sus nietos (que no son mis hijos) pudieran perderse en el ciberespacio cuando están en su casa (que es mucho tiempo a la semana) en lugar de perderlos en esos antros de locutorios oscuros y tenebrosos. Buena idea, pero no. Sólo acceden a ese crédito los pasivos que cobran sus haberes a través del Nación y no es su caso. Además, ya se agotó el stock.
Mi marido mostró en ese momento un entusiasmo que me pareció sospechoso, pero no tuve tiempo de lanzarle a la cara mi sospecha porque me dediqué a aclararle que no te podés comprar una notebook con ese sistema, además de bajarlo a tierra sobre para qué cuernos quiere una notebook alguien que no la necesita para trabajar, que tiene en su casa no una sino dos fijas (aunque una de ellas pertenece a mi hija porque fue el regalo para sus quince años) y que sólo usa internet para jugar jueguitos en red, bajar música y navegar un poco. Ahí quedó el tema, o al menos eso creía yo.
Un sábado, nuestra pobre y cacareada carcacha informática comenzó a fallar. No pudimos conectarnos a internet en toda la mañana y para cuando el señor "dejá que yo sé cómo arreglarlo" decidió olvidar por un rato su orgullo y llamar al técnico, éste ya había cerrado su local. Nos resignamos a pasar todo el fin de semana sin internet en toda la casa y el lunes veríamos.
Pero hete aquí que en ese momento mi estimada suegra llamó por teléfono a su único vástago para que pasara por su casa -vive cerca- porque tenía una sorpresa para darle. El hijito salió y al rato volvió con cara de feliz cumpleaños y una gran bolsa con una notebook.
Me resulta difícil describir mi cara al enterarme de la sorpresa. Y directamente imposible describirla sin usar malas palabras al saber que lo que la buena señora que dio a luz al infantil que vive conmigo había hecho fue sacar un crédito personal en el banco en que le pagan la jubilación -a un interés altísimo- y entregarle al nene, en mano, todo el dinerito junto para que comprara lo que quisiera y que el nene había querido una notebook. (Cabe aclarar en este punto que mi suegra gana míseros 500 mangos de jubilación y solamente el alquiler de su departamento cuesta 900; con estos datos es fácil imaginar quién/es la mantiene/mantenemos).
"Quiere ayudaaaar, pooobreeee" decía el infantil.
"¡Te tiró un salvavidas de plomo!" gritaba yo. "¿¿¿Al menos le dijste que nunca volviera a hacer una cosa así???".
"No, pooobre, dejaaala, además ya está hecho" insistía la criatura, con cara de tener ganas de terminar la discusión prontito para sentarse a probar el chiche nuevo.
"¡¡¡Si no se lo decís, la próxima vez va a sacar un crédito por 10 mil dólares, nabo!!!" vociferaba yo.
Resultado parcial: la máquina vive en la mesa de mi comedor, jamás pisó la casa de mi suegra y los hijos de mi marido la conocieron por espacio de una hora. (De todos modos, sólo a un padre poco dotado y muy demagógico se le podría ocurrir hacer semejante regalito en el mes de diciembre a dos chicos que se llevaron cuatro y cinco materias respectivamente, pero lo que opino sobre ese asunto sería largo de explicar acá).
Sigamos. El siguiente lunes mi propia computadora fue al service, transportada sin chistar por el comprador compulsivo que vive acá. El señor service la recibió, la enchufó y... se quemó la fuente.
Resultado final: tuvimos que comprar otra.
Desde entonces, puedo tener ganas de comer a las tres de la mañana un helado de pistacho que sólo fabrican en Temperley, que mi chiquilín conviviente es capaz de preguntarme si un kilo es suficiente y salir corriendo a tomar el primer tren. Yo no utilizo ese sistema por la indignidad que conlleva, y de todos modos tampoco me conformaría.
¿Cuánto me darán si alego emoción violenta?

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Catarsis

Quienes viajen habitualmente en la línea D del subterráneo de Buenos Aires la habrán visto. Se llama Nadia y aparenta unos 18 años, aunque es difícil determinar su edad.
Se presenta a sí misma con voz chillona y segura. Va de vagón en vagón contando-innecesariamente- que sufrió un accidente, que está siendo tratada en un hospital, pero que aún necesita más cirugías reparadoras. No estoy muy segura de para qué pide una colaboración monetaria, aunque es de suponer que hay ciertos materiales que el hospital no le provee.
El lunes su parlamento aportaba una novedad: recientemente le retiraron piel del abdomen para injertársela en la zona de las cejas y "lograron colocarle" uno de sus ojos. Eso dijo. La verdad es que hasta entonces nunca la había mirado de frente, nadie lo hace. Es que Nadia es la expresión más plausible de la desgracia humana. Debe haberse quemado. Sólo tiene un poco de cabello en la nuca -que ocupa un diámetro de unos tres centímetros- y que mantiene arreglado en una prolija y larguísima trenza oscura. Lleva la cabeza descubierta. No tiene orejas y su cara está completamente deformada por las cicatrices, al igual que sus brazos, que concluyen en dos muñones. Dos, sí, no tiene ninguna de sus manos, lo que la obliga a llevar cruzada sobre el pecho una bandolera abierta para que el ciudadano sensible introduzca su aporte.
La última vez que la vi yo sabía que el billete de menor valor en mi billetera era de diez pesos, así que no me molesté en abrirla, pero en cuanto desapareció sentí que el infierno era mío.
La chica no tiene nada y además ha perdido toda posibilidad de llevar algún día una vida medianamente normal. Ningún hombre se va a enamorar de Nadia; difícilmente la abracen y la besen. Jamás conseguirá trabajo.
¿Qué me costaba regalarle esa suma? ¿Qué oscura tentación hizo que diez miserables pesos me parecieran demasiado valiosos para alguien que carece de rostro? Cuando me di cuenta, ya había desaparecido. Me sentí muy mal y me prometí que la próxima vez que la encuentre serán recompensadas, Nadia y mi conciencia.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Aprendiendo a volar

Sólo tiene 16 años y en muchos aspectos representa para mí un ejemplo de vida. No es que quiera ser ella, estoy más que conforme siendo yo misma, pero es dueña de actitudes que le admiro, de otras en las cuales me reconozco y de algunas más que distingo como de enseñanza materna. En ocasiones no estamos de acuerdo, pero disentimos sin faltarnos el respeto porque la jovencita conoce, al igual que su mamá, las reglas básicas de la argumentación positiva. Las dos aceptamos el disenso como constructor de una teoría superadora y yo he trabajado mucho para lograr eso, desde el lugar de una hija a la que le ha resultado sumamente difícil -a los 16 y ahora-discrepar con su madre sin que ésta se ofendiera.
Ella, la adolescente, posee una fuerza de voluntad descomunal, un enorme sentido de la responsabilidad, una curiosidad que a fuerza de saciar ha convertido en un nivel de cultura general más que aceptable y un humor sarcástico que me divierte mucho. No suele conformarse con la primera impresión sobre ningún tema, lo que le acarrea problemas con un profesor que cree que la Historia es una ciencia exacta. Con todo, le sobra tiempo para poner el oído a sus amigos cuando la necesitan, para un novio que la adora y para muchos gestos de ternura y de compañerismo conmigo.
Es seria cuando corresponde y graciosa todo el tiempo. Sabe perfectamente cuándo pedir una opinión y yo sé que generalmente toma sus decisiones después de un amplio estudio de su marketing interno pero teniendo en cuenta mis opiniones.
Además es bonita y prolija.
Mi hija es una persona valiosa y estoy orgullosa de ella.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Papelones

Uno de mis papelones más memorables se produjo en mi adolescencia. Tenía una compañera de estudios cuya familia era más o menos famosa, lo suficiente como para que sus fotos salieran de vez en cuando en alguna revista, pero yo todavía no conocía ese detalle. Una tarde encontré a un grupito de chicas arremolinadas sobre una Gente riéndose como tontas y asumí que se divertían a costa de una foto en la que aparecía una mujer joven muy mal vestida y en actitud de diva. No tuve mejor idea que agregar, colocando mi dedito sobre la imagen, que el maquillaje era digno de un payaso. "Es mi hermana" fue la respuesta que recibí.
En otra ocasión, y a raíz de un personaje femenino que interpretaba Miguel del Sel mientras almorzaba con Mirtha Legrand, mi inoportuno e innecesario comentario fue que los dos nombres que utilizaba el personaje le iban bien al physique du rol porque eran bastante gronchos. En ese caso, la respuesta me la dio uno de mis compañeros de trabajo (entre risas, por suerte): "Así se llama mi novia".
Hace unos años una de mis mejores amigas me hizo para mi cumpleaños un regalo que a nadie que me conozca un poquito (excepto a una persona tan colgada como ella) se le hubiera ocurrido: un reloj. En primer lugar porque mi papá vende relojes; en segundo, porque hace quince años que me conoce y que me jacto de no usar otro que mi clásico Titanium y en tercer lugar porque era espantosamente grande (¡y digital!) y su parte rígida sobresalía por mucho de mi diminuta muñeca. Cuando me preguntó con entusiasmo si me gustaba le contesté, sin pensarlo ni medio segundo, un lacónico "no" e inmediatamente me sentí condenada al infierno.
No he perdido desde entonces el temor a ofender a alguien con una opinión evitable que probablemente -y como toda apreciación- sólo resulte válida para mi persona, de modo que intento tomar la precaución de pensar antes de hablar. Lo que sucede es que algunas veces mi lengua va por la autopista y mi cerebro por un senderito sinuoso entre los árboles.
Los invito a que me cuenten sus papelones, así en el infierno estaré acompañada.

Gracias, Alice, por tu artículo en Los Sin-Logismos de Bugman, que me inspiró.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

En voz (muy) alta

Norma tiene unos cincuenta años. Es muy rubia, lleva el cabello larguísimo siempre recogido tirante en una cola que le llega a la mitad de la espalda y carga unos cuantos kilos de más. Tiene un marido un poco más joven, un hijo de unos doce que es muy serio y responsable y una hija grande que ya no vive con ella. Siempre usa pantalones -generalmente deportivos marrones- y camisas o remeras muy amplias. Le encanta relatar con detalles sus problemas de salud. Hace poco le hicieron una curva de glucemia y no le avisaron que podía agregarle limón a la glucosa, razón por la cual casi vomita varias veces en el laboratorio. Cuando tiene tiempo se gana unos pesos extra elaborando arreglos florales para novias.
Su amiga de treintaypico, cuyo nombre no conozco, es morocha y tiene un lindo cutis que más temprano que tarde perderá por abusar del maquillaje. Soltera, vive sólo con su mamá, aunque a veces se le instala un sobrino adolescente de Chascomús que le descoloca la vida porque se siente obligada a pasearlo. Anda siempre bien vestida, discreta aunque moderna, y de colores oscuros. Estudia Marketing o algo por el estilo en una universidad privada, de noche, y parece que este año finalmente termina de cursar. Hace tiempo que no tiene novio.
La voz de Norma parece de una fumadora de cigarrillos negros de larga data. La de su amiga, en cambio, es más aguda de lo deseable a mis oídos y ambas comparten un volumen que excede mi nivel de tolerancia.
Trabajan en una empresa cuya sede se sitúa en algún lugar cercano a la 9 de Julio, en distintos departamentos pero con el mismo gerente. Parte del personal les resulta inútil y otra parte molesto, pero se cuidan mucho de decirlo puertas adentro porque esa gente no se anda con chiquitas: la semana pasada despidieron a Marisa porque se reviró y mandó a la mierda a un jefe que la miró torcido.
Jamás en mi puta vida crucé una sola palabra con estas dos mujeres, pero tengo la infinita desgracia de compartir casi todos mis viajes al trabajo, cada mañana minutos después de las 8 -horario que, lo reconozco, no es el más indicado para que nadie se ofrezca a develarme siquiera el secreto de la juventud eterna.
Les aseguro que en unos años todos los compañeros de viaje de Norma y su amiga estaremos sordos a causa del exceso de volumen en nuestros respectivos auriculares. Ojalá los audífonos sean baratos.

lunes, 29 de octubre de 2007

Ya fue

Luego de algunos días de autocompasión, y superada ésta por carencia de stock, he decidido saltearme la etapa de la negación. Puedo mentirle a todo el mundo pero a mí misma no quiero: uno sabe bien lo que le pasa y lo que siente y debe aprender a vivir con lo que le sale mal, así como disfruta de lo que le sale bien.
De modo que ayer me pinté las uñas de rojo furioso y partí a votar con mi hija adolescente de acompañante, por última vez. Las próximas elecciones va ser la mamá la que acompañe a la hija, lo cual me produce una satisfacción anticipada que se me sale del pecho. Por el camino -que invariablemente hago caminando porque me encanta ver ese movimiento inhabitual para un domingo al mediodía- se me ocurrió comentar que me gustaría mucho tener una foto de mi primera elección en situación de diva, ese momento congelado en que el sobre no termina de entrar en la urna y con sonrisa Kolynos a la cámara. Es que aunque mi primera vez electoral fue en el año 87 y esas elecciones no suscitaban grandes pasiones, recuerdo con alegría el poder comenzar a elegir.
Por suerte para mi estima materna, mi hija no consideró ridícula la idea de la foto y además se aguantó estoica la hora de cola hasta que llegó mi momento, después de unas 40 y con el agregado de dos ancianas y dos embarazadas que pidieron pasar antes.
Mucha gente protestaba, pero para mí esa demora no significa ninguna tragedia, no tenía demasiado que hacer y mucho menos con urgencia.
Por la noche no festejé, pero por lo menos valoro la posibilidad de optar. Hay tantas cosas en la vida que nos llegan sin posibilidad siquiera de preverlas, que deberíamos aprovechar al máximo esta opción que nos da la democracia y convertir ese día en día de fiesta.
Inocente lo mío, ¿no? Es lo que hay.

GRACIAS POR EL AGUANTE, CHICOS. LAS MEDIALUNAS LES SERÁN ABONADAS.

miércoles, 10 de octubre de 2007

No quiero a la gente todita de negro

Las expresiones de uso cotidiano relacionadas con la muerte son de lo más corrientes. Muchas veces decimos que algo es "mortal" cuando queremos expresar que nos gusta, "me muero" si sucede algo contrario a nuestro agrado o "te mato" como liviana amenaza.
Sin embargo, cuando se trata de la real, universal y democrática culminación de la vida, mucha gente prefiere bajar la voz o directamente el silencio, como si fuera vergonzoso. Muchos adultos optan por evitar a los menores la verdad más extrema sobre alguien que no volverá, como si los niños fueran incapaces de comprender el proceso, por doloroso que sea. La negación de la realidad provoca en quien no sabe sentimientos de confusión y fantasías de regreso.
El temor al paso definitivo e irreparable es tan profundo que la mayoría de las personas se inclinan por eludir el tema de su propia muerte todo el tiempo que les sea posible. El desconcierto ante la muerte afecta incluso a las personas religiosas que creen sinceramente que los espera algo mejor.
Morir es inevitable. Es una rutina sin la cual la vida como contrapartida no existiría como la conocemos. Creo que, tal como a veces nos detenemos a considerar nuestra vida para mejorarla, debería ser natural que en algún momento reflexionáramos sobre la posibilidad de morir y pusiéramos al tanto de lo que realmente deseamos a las personas cercanas, sin melancolías a futuro y sin drama agregado.
Por mi parte he dado instrucciones: nada de luto, recuerden más mis carcajadas que mis lágrimas y pónganme mucho rimmel.

lunes, 8 de octubre de 2007

Escrache familiar

R. es mi tío favorito. Sólo tiene quince años más que yo, un matrimonio que a pesar de haber sido poco feliz duró más de veinte y cuatro hijos. Cuando yo era chica me paseaba con orgullo, actitud poco común en un adolescente al que le encajan la sobrinita. Es el único hombre de la familia que siempre me dice que soy bonita, lo que resulta muy grato a una autoestima que tiene menos edad que su portadora.
Sus hermanos lo consideran un poco tarambana, será porque dejó su carrera universitaria por falta de interés, como la que suscribe. En mi opinión R. tiene carnet de buen tipo. Es franco, canchero y simpático. Tiene opinión formada sobre muchos temas y rara vez se escucha a alguien contradiciéndolo, porque casi siempre da en la tecla. Ha vivido malas épocas, ha sufrido temblores financieros, emocionales y de salud, pero jamás he visto su cara sin sonrisa. Como vive en otra ciudad, nos encontramos sólo una o dos veces por año, pero hablo con él con una confianza digna del que tratás cotidianamente.
La ex esposa de R., mi tía C., sólo puede describirse como amarga. Es una mujer particularmente odiosa y compuesta en un 90% de queja; por ese motivo cuando se divorciaron el resto de la familia no lamentó demasiado el alejamiento de C.
En una ocasión R., que hacía tiempo que no veía a mi hija V., comentó lo linda que estaba y yo respondí, a modo de broma entre nosotros, que se estaba pareciendo a la mamá. En ese momento C., que había permanecido ajena, se metió para acotar: "La mamá es simpática, pero no es tan linda".
Fue una de las pocas veces que R. se quedó sin palabras, pero sólo fue por unos segundos, hasta que el estallido de carcajadas tapó la voz de la tía.

jueves, 4 de octubre de 2007

Canchereadas y tomates

Me irrita sobremanera una nueva costumbre de algunos comunicadores que disfrutan reemplazando por un equivalente extranjero una palabra que existe en perfecto castellano.
Mi vocabulario no es ni por asomo tan amplio como me gustaría y menos si lo escribo (prefiero hablar porque ante la pantalla tiendo a quedarme en blanco), pero soy curiosa y estoy atenta a escuchar e incorporar nuevos términos en mi propio idioma. Seguramente en el hablar cotidiano se me escapa alguno que otro en inglés que la fuerza de la costumbre arraigó como nuestro, pero intento evitarlos porque -a pesar de que los entiendo- no veo la necesidad de decir que alguien es uno de los principales "contributors" a la campaña demócrata por la presidencia, ni que algo representa un "challenge" deportivo, ni recuerdo cuándo cuernos empezó a pronunciarse "vídeo" este vocablo que si uno ve escrito no lleva ninguna tilde por lo tanto se clasifica según su acentuación como palabra grave terminada en vocal y debe sonar como vi-de-o. Ni hablar de los "sale" que decoran las vidrieras de ropa ante cada cambio de temporada desde hace unos diez años. Cuando recién comenzaba esa moda y antes de que le agregaran el "40% off" mi mamá, que ni sospecha el inglés, tuvo que preguntarme qué significaba.
¿Qué les pasa, es más canchero hablar así?
Existen también otras deformidades que no remiten al inglés, como llamar "cártel" a algo que los colombianos llaman "cartel" (aguda terminada en consonante que no es 'n' ni 's').
También me molestan los locutores que dicen "quiñentos" en lugar de "quinientos", pero parece que soy la única que lo nota porque lo comenté en mi trabajo y conseguí un ciento por ciento de repudio, sostenido con argumentos tan sólidos como "estás loca".
En otro orden de cosas, me exaspera que más de uno que conozco siga comprando tomates mientras se queja del precio. No son esenciales para la vida y mientras sigan costando una pequeña fortuna mi ración de cosas que crecen de la tierra se limitará a pepinos, repollo, hinojo, zanahorias, lechuga y hasta frutillas que encontré a cinco pesitos el kilo.

jueves, 27 de septiembre de 2007

Desconfianza

El cartel en el estacionamiento, grande y claro, rezaba: "Playa cerrada. Sólo mensuales" pero el auto intentaba meterse de todos modos. Unos metros hacia adentro habían colocado otro cartel que repetía la consigna anterior y obstruía la entrada, pero el tipo se negaba a retroceder y llamaba al playero a los gritos. El pibe dejó su cubículo y se acercó -cara de culo y mate en mano- y el conductor le espetó un "Qué pasa, che", a lo que el chico, sin inmutarse ni retirar la boca de la bombilla, respondió señalando el segundo cartel.
El semáforo nos dio paso y mi taxi arrancó, así que no logré enterarme del final de la historia, pero me dejó pensando que quizás yo también habría querido saber. A lo mejor el primer cartel estaba ahí desde el día anterior y habían olvidado sacarlo.
Es que tengo tendencia a desconfiar de las indicaciones urbanas. Todo el mundo sabe, por ejemplo, cuál es el frente del enorme edificio que ocupa la Facultad de Derecho, pero si cree que alguna vez va a poder acceder por esas puertas va listo: la entrada habilitada está escondida en un lateral. Si un turista se para a admirar la Casa Rosada preguntándose por qué balcón salía Perón a saludar multitudes, seguramente creerá que se usaba la arcada que está en el exacto centro pero no es así. En algún centro comercial el ascensor tiene indicados los pisos 1, 2 y 3, pero ninguna planta baja, que necesariamente debe existir para que los otros dos no queden suspendidos en el aire -será que es más cheto llamarla "primer nivel".
La estación Facultad de Medicina de la línea D del subterráneo se encuentra en la vereda de la Facultad de Ciencias Económicas (ya sé que antiguamente en ese edificio funcionaba medicina, pero igual es confuso).
Hace unos años, inclusive, a un grupo de ingeniosos protestadores profesionales ciudadanos se le ocurrió cambiarle ad hoc el nombre a algunas calles y se molestaron en pintar prolijamente y con tipografía similar el nombre de Alejandro Olmos sobre los carteles que indicaban Avda. Julio A. Roca.
No sé qué pretendo, en mi país se lo llama federal a uno que exigió la suma del poder público; liberales a los conservadores y puma al yaguareté que ilustra la camiseta del seleccionado de rugby. Y todavía no comprendo la diferencia entre "partida de nacimiento" y "certificado de nacimiento", ya que cuando me pidieron la primera y me desesperé por no encontrarla se conformaron con un papel que denunciaba el nacimiento con el segundo título.
Debo tener otros ejemplos pero en este momento no los recuerdo.
Yo desconfío muchas veces. ¿Seré la única?

domingo, 23 de septiembre de 2007

Seguridad Cero

Esta aparente interna entre los titulares de la Aduana y de la Policía de Seguridad Aeroportuaria me recordó una anécdota de viaje que, a mi entender, ilustra lo mal que se trabaja en cuestiones de seguridad.
A principios de 2002 viajé a París. El increíble atentado a las Torres Gemelas había ocurrido hacía pocos meses y todavía existía cierta sensibilidad respecto de los vuelos. Los controles previos al embarque se habían intensificado (o quizás los hacían como siempre había correspondido), había alertas sobre elementos prohibidos en equipaje de mano, como objetos punzocortantes, te hacían donarle al aeropuerto tu lima de uñas de metal o tu llavero/navajita suiza; y hasta se habían reemplazado los cuchillos de metal por los descartables plásticos, lo que produjo que cortar un trozo de carne en una bandejita mínima sobre una mesita tan chica como la de la clase turista se convirtiera en una proeza. Para mi sorpresa, los tenedores seguían siendo los de siempre, una cosa de locos si considerás que clavarle el tenedor a un tipo en una arteria capaz que es hasta más sencillo que amenazarlo con un cuchillo de sierrita sin afilar.
Como soy altamente alérgica no puedo despegarme de mi inyección de corticoides por 12 horas mientras estoy encerrada en un avión que, en mi experiencia, no cuenta con más que un botiquincito para heridas elementales. De modo que al llegar al mostrador de Air France para chequear nuestro equipaje, preguntamos a la empleada si había alguna forma de llevar mi jeringa prellenada conmigo. Quería hacer las cosas bien: contaba con certificado médico que avalaba la necesidad del uso del medicamento y por si eso fuera poco, me llevaba a mi propio médico conmigo -mi marido-, que portaba credencial que lo habilitaba.
La señorita Air France no tenía la menor idea, nunca le había tocado responder una consulta así y básicamente contestó "no creo que pase nada". "No creo", yo me quedé atónita; para mí que en otro control me quitaran la jeringa significaba que podía morirme en el aire, salvo que contara con la posibilidad de lo más alentadora de que mi marido me practicara una traqueostomía con un cuchillito plástico y una Bic y se convirtiera en un héroe de película. Tuvimos que sugerirle, para no quedar en silencio mirándonos, que fuera a preguntar a un superior. Fue y volvió con una respuesta: el superior tampoco sabía. La fila detrás de nosotros se hacía más larga y la gente se impacientaba como si el vuelo fuera a irse sin ellos. Se me ocurrió otra sugerencia: quizás había manera de que mi jeringa fuera transportada por la tripulación y me fuera entregada en caso de necesidad o devuelta al llegar. Fue a preguntar y volvió: no tenían idea, pero le habían contestado que podíamos preguntar en el preembarque a la (entonces) Policía Aeronáutica, medio como para que nos dejáramos de joder.
Mi marido es más tranquilo, pero yo me sentía como una terrorista alergénica con esa jeringa llena de un liquidito amarillo, que si me abren la mochila andá a convencer a un tipo que sólo está para abrir mochilas de que esto no es cianuro, entre que lo analizan y me interrogan te vas solo y a la vuelta te mato.
Finalmente encontramos al policía aeronáutico bueno que me iba a despejar las dudas y que no me iba a sacar la jeringa para que no muriera asfixiada, ay de mí. Nos contestó con una tranquilidad propia de quien se ha tomado tres valiums: "y... llevelá, si nadie se la encuentra...".
Y la llevé, nomás. Y nadie me la encontró.

sábado, 15 de septiembre de 2007

Un rockerito educado

Fue hace un par de años. Habíamos ido con mi marido y mi hija a un recital de La Renga. No es que de grande me dé por hacerme la pendeja; al revés, es mi hija la que en ese entonces empezaba a acoplarse a algunos gustos musicales que yo arrastraba desde hacía tiempo. Tampoco estaba vestida como si fuera una pebeta, aunque lógicamente una no se presenta en un lugar semejante ataviada con su mejor tailleur. Remera manga corta, jeans, botas negras, nada raro. Tampoco tengo actitud de pendeja: en todo momento queda claro que soy la mamá de esa chica ahora más alta que yo.
Así y todo, se ve que vista de atrás, parezco una pendeja. Es una de las ventajas de medir poco más de un metro y medio.
Ya estábamos en los segundos bises y, como mucha gente ya había salido, yo me había retirado un poco de mi familia con el objeto de sentarme y colocar los pies, que ya me dolían de tanto estar parada, en el asiento vacío de adelante. Las luces comenzaron a encenderse. Un chiquito de unos diecisiete, que yo ya había visto pasar un par de veces por delante de mí no en muy buen estado (lo que sostenía entre sus dedos no era un Marlboro), pero mansito, quedó sentado solo detrás de mi pequeña persona. En un momento me tocó el hombro a la vez que decía "Flaca, me convidás un cigarrillo?" y cuando me di vuelta para dárselo y quedamos cara a cara se produjo la revelación. A los gritos y sin dejar de gesticular arrancó con la disculpa: "¡¡¡PERDÓN, SEÑORA!!! ¡NO ME DI CUENTA!".
Le di el cigarrillo a las carcajadas mientras miraba de reojo cómo mi marido y mi hija, que habían captado la escena completa, se desternillaban de risa y le aconsejé "Nunca más te disculpes así, no me ofendiste". Se puso bordó, pobrecito, agradeció y se las tomó.
Me quedó marcado a fuego: ya era toda una señora.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Pena de muerte

Toda mi vida estuve en contra de la pena de muerte. Me parece una forma de pena brutal, inhumana y primitiva, propia de tiempos antiguos en los que la palabra y la educación eran patrimonio de unos pocos. He discutido con quien se me pusiera delante y no hubo nunca jamás argumento que lograra convencerme, ni siquiera el de aquellos que te tiran el golpe bajo obligándote a representarte mentalmente el homicidio de tu propia hija. No estoy dispuesta a avalar esa violación flagrante del derecho a la vida, a la sazón irreversible. Y no tengo motivos religiosos, sino más bien éticos: considero que de ninguna manera podría ponerme en la piel del que ordena matar -ni siquiera respaldado por el estado- y si yo no estoy dispuesta a hacer algo, no pretendo que nadie lo haga por mí. Además desconfío de la infalibilidad de una justicia dictada por seres humanos, que somos tan falibles.
Nada faltaba para convencerme de la lucha por la preservación de la vida de hasta el más cruel de los condenados, hasta que me regalaron un libro.
"El Inocente" de John Grisham no es una novela. Es una crónica de un hecho real, la vida y muerte de un condenado alojado en el llamado "corredor de la muerte". A través de sus páginas, entré en el mundo oscuro, terrible y desesperanzado de un enfermo mental que ni siquiera recuerda haber conocido a la víctima, que durante años gritó literalmente su inocencia a través de los barrotes de su celda y que fue salvado de la inyección letal cuatro días antes de su ejecución.
Existe en los EEUU una organización, Proyecto Inocencia, que cuenta con abogados dispuestos a revisar casos de condenas a muerte y a presentar los recursos que corresponda, apoyándose en las pruebas que aportan los conocimientos científicos relativamente nuevos, para prevenir injusticias irremediables.
Si uno está interesado en el tema, vale la pena entrar en el sitio www.innocenceproject.org, para descubrir cuántos supuestos criminales convictos han sido exonerados gracias al aporte del análisis del ADN. Se trata de gente que, en algunos casos, ha perdido décadas de su vida clamando su inocencia y rogando por su libertad.
¿Y si hubieran sido ejecutados?

lunes, 10 de septiembre de 2007

Cupo femenino

Estuve escuchando en radio una entrevista conjunta a Liliana Caldini y Pinky. Parece que lo que decidió a la ex chica Chesterfield a postularse a senadora nacional fue que "hablé con Sobisch y me convencí, yo estaba viviendo en Miami, viste? pero le dije 'si estás dispuesto a ser presidente yo te voy a acompañar'".
Parece que antes lo habían tentado a Cacho Fontana, pero no aceptó, entonces probaron con Liliana y dio el sí. Menos mal, ¿no? Si se negaba por ahí le ofrecían el cargo a Ludmilla y Antonella y teníamos que empezar por conocerles las caras. Lo que llegué a escuchar, como para enganchar votantes, fue que tiene 56 años y todavía siente que tiene mucho para dar, y que no le gusta el estilo de Cristina porque imita el tono de voz de Evita.
En cuanto a Lidia "mi Matanza" Satragno, candidata a diputada por Unión-Pro, dijo que nunca se retiró de la política, y que "en el 99 a mí las encuestas en boca de urna me daban ganadora". También aclaró que no estaba de acuerdo con Cristina porque "en su momento se opuso a los poderes especiales del presidente" y después cambió de idea.
Fue una nota breve, por suerte; al principio le dijeron a Pinky que estaba linda, y cuando entró Liliana se quejó porque no la elogiaban igual. Terminaron todos mandándose besos.
¡Qué aporte a la nación! Ahora sí que se va a renovar el Congreso, con opositores que traen los bolsillos y carteras plenos de argumentos.
Estamos salvados.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Ricky y el Sistema Métrico Decimal

En una entrada anterior agradecí el placer que me causa verificar esa conducta de algunos trabajadores de hacer "un poquito más" que lo que se les pide. Me he dado cuenta de que hay una excepción enorme a esa regla, que los lectores de sexo femenino sabrán comprender.
Ir a la peluquería no me resulta una experiencia demasiado placentera. Quizás lo disfrute un poco cuando voy con mi hija, por diferentes motivos: uno consiste en que mientras esperamos nos damos una pequeña panzada de revistas para las que que en mi casa no se destinó jamás un mango, básicamente miramos vestidos y zapatos. El otro motivo es que si la están peinando a ella para una fiesta (causa única de su visita) me gusta observar de lejos cuán grande, linda y viva está y me hincho de orgullo materno, algo que intento mantener en secreto, al menos delante de ella, pero que no sé si me sale.
Ahora bien, tener que ir a recortarme yo sola y mi alma es una tortura ya desde el principio. Por empezar espero a tener las puntas hechas pelota de planchita y secador y paso del tiempo y espero a levantarme un día con la autoestima por el piso para decidirme. Cuando llego, obligadamente me encaja un beso un perfecto desconocido que parece estar ahí sólo para preguntar qué me voy a hacer, después me encaja otro el que lava la cabeza y después otro el que me corta. Si decido peinarme recibo un cuarto ósculo pero por suerte eso no sucede muy seguido.
Durante todo el proceso escucho risitas, bromas internas, referencias a cosas oscuras y veladas que no terminan de expresar (por ejemplo, nombran a otras personas por sus iniciales). Las clientas habituales -yo nunca lo soy- hacen chistes con los peluqueros y todos se llaman por sus nombres o apodos, y me parece sentir miradas en la espalda (en realidad en el frente, ya que me encuentro frente a un espejo). A veces me convenzo de que están hablando mal de mí.
Cuando llega el momento cúlmine intento utilizar toda la claridad verbal de la que soy capaz para explicar cuánto quiero que me corten. La consigna es más que cristalina: 2 centímetros. ¿Es muy difícil de entender? Dos centímetros, no pulgadas, cualquiera que haya pasado por la escuela comprende la medida; yo por las dudas me abstengo de utilizar el concepto "dedos", a ver si el estilista en cuestión cree que me refiero a sus dedos a lo largo y tiene manos de pianista y quedo como Telerman.
Pues no hay manera: la última vez el tal Ricky no escuchó mi pedido porque estaba ocupado criticando mi color ("le falta un poco de brillo, deberías hacerte 'iluminación'") y me sacó 10 (diez) centímetros mientras charlaba animadamente con la vieja a la que le iba a cortar después.
Este trabajador hizo de más. Bastante de más. Y no me causó ningún placer.
Perdón, muchachos, me salió un post absolutamente femenino.

viernes, 7 de septiembre de 2007

Aclaración

Respecto de lo que me permití sugerir en mi post anterior, y a raíz del comentario que dejó en el mismo un blogger amigo, Adivinador (ver el comentario número 14 en "Vergüenza ajena"), y en vista de que soy un éxito editorial avasallador que llega hasta al multimedio más poderoso del país, quiero aclarar que en ningún momento tuve la intención de que mis palabras fueran tomadas literalmente. No era una idea, señores peronistas, era una ironía -según la Real Academia Española: "figura retórica que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se expresa" y también "burla sutil y disimulada".
No insistan, no voy a ser candidata. No, Ernestina, tampoco quiero escribir para Clarín.
Y, en el último de los casos, mis ideas tienen precio.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Vergüenza ajena

Las elecciones del último domingo en la provincia de Córdoba no me provocan más que vergüenza y dudas. ¿Quién puede decir cuál de dos candidatos es corrupto? ¿Quién miente y quién dice la verdad? Difícil decisión, carezco de los elementos necesarios para afirmar nada. Pero de una cosa estoy segura: con una diferencia tan escasa el recuento voto a voto no es sólo necesario sino imprescindible.
Así y todo, el domingo a las 18:05 también me dio pudor (ajeno) escuchar a Juez decir que sin ninguna duda razonable él había sido elegido gobernador según lo que le mostraban las encuestas en boca de urna. Después de semejante afirmación (¿¿¿por qué, señor mío, por qué has hecho que los humanos nos apartáramos tanto de la prudencia verbal???) hay que ser muuuy guapo para aceptar que perdiste.
Aunque quizás la pelea dure unos pocos años; después de todo en el 93 De la Sota y el propio Schiaretti también se putearon en los medios por un asuntito de recuento de votos en las internas. Unos años después se amigaron cual vedettes peleadas frente a las cámaras, aunque afortunadamente nos evitaron las náuseas del piquito reconciliatorio.
A este paso, quizá nos convenga elegir a nuestros gobernantes por la habilidad para el canto o el patinaje o cualquier otra boludez. Total es lo mismo. ¿Que no se puede? Ja, tampoco se pueden difundir resultados de encuestas hasta no sé si dos o tres horas después de las seis, y sin embargo se hace.
A propósito del ex fiscal Juez (qué paradoja, qué crisis de identidad laboral, pobre hombre): no sé si se difundió demasiado, pero ese mediodía invitó a unos cien periodistas a un asadito en su casa. No sé a ustedes, pero a mí me da un escozor...

Top 7

He sido galardonada con dos menciones de diferentes blogs con la distinción de Blog Solidario. Presa de un súbito pudor del que no me creía capaz, se los agradezco de todo corazón, y paso a informar que en mi ranking aparecen los seis cuyos links usted encontrará a la derecha de su pantalla, más algunos que he descubierto recientemente como el blog de stella (stellaval.blogspot.com), tarumba (tarumba.wordpress.com) y malestacionado (malestacionado.blogspot.com).

lunes, 3 de septiembre de 2007

Día de la secretaria

Muy placentera me resulta esa actitud de algunos trabajadores de hacer un poquito más que lo que les es pedido como contraprestación. Por ejemplo, cuando llevo algún calzado a mi zapatero amigo para que le coloque las tapitas, me gusta mucho que agregue: "Qué lindas botas, señora, mirá qué bien terminadas" (no se decide, mi zapatero, me tutea y me trata de usted por partes iguales y sin cambiar de frase). O cuando en la panadería me llevo el último pedacito de pasta frola, es agradable que el panadero me diga que me cobra menos porque es más chiquito y además me regale un alfajor. Hay un montón de ejemplos y estoy convencida de que cuando uno es amable los demás le retribuyen.
Ahora bien, a veces pasa lo contrario y ni siquiera recibís un atisbo de disculpa.
Estuve dos semanas intentando comunicarme con un cirujano plástico que se supone es una eminencia nacional y que mi dermatóloga me había recomendado. Cuando al fin lo logré, lo primero y obvio que le pregunté a la secretaria fue si el doctor atendía por mi prepaga. Me contestó con un dudoso sí, pero seguí adelante y pregunté si sólo cubría la consulta o también la cirugía -debo aclarar en este punto que no pretendía un lifting, aunque no me vendría mal, sino que me sacara un pequeño tumor, que aunque no es demasiado agresivo conviene que se vaya pronto, como cualquier tumor que se precie. La señorita en cuestión me dijo que no tenía idea (sic). Como estaba de muy mal humor (ella, no yo) no insistí sobre el asunto y pensé que ya me enteraría, por ahí hasta se lo pagaba, para eso están las eminencias. Le supliqué por un turno no demasiado diferido y me ladró que "la agenda está llena", así que sólo conseguí para dos semanas más tarde.
Llegado el día me apersoné en el edificio en cuestión, una paquetería total, y ya me olió mal cuando tardó unos cinco minutos en atender el portero eléctrico. Al llegar al tercer piso no funcionaba la luz y el cartelito que indicaba el departamento estaba tan alto que no llegaba a verlo, así que medio al tacto encontré el timbre en una de las dos puertas y otra vez tardaron un montón en atender. Por fin se abrió la puerta, entonces dije buenas noches a la bruja ahí parada y, medio encandilada, le pregunté si ése era el consultorio porque la luz no funcionaba, a lo que recibí como única respuesta "sí, no anda".
Anonadada, pasé por donde me indicó mediante señas y seguí sus instrucciones de milica ("Déme el carnet") lo mejor que pude. Cuando ya estaba por sentarme me soltó: "Ahhh, no, Galeno Azul no, sólo Plata y Oro, yo le dije por teléfono". "Si me lo hubiera dicho por teléfono yo no estaría acá, ¿no le parece?". "Yo le dije, lo tengo anotado". Y cerró el cuaderno con una violencia que me recordó a un celadora de orfanato de los años 20 que vi en alguna película.
Me levanté indignada pero silenciosa y ya me iba cuando escuché "Si quiere le puede pagar la consulta". Le contesté un lacónico "no" y me fui.
No quiero que me atienda un médico cuya secretaria es tan antipática, no quiero volver a ver a esta émula de la señorita Rottenmaier nunca jamás. Pero le deseo que alguien, en no más de una semana, la trate igual de mal y le haga perder mucho tiempo.
Por el momento esa secretaria del orto está en el número 1 de mi ranking de personas odiosas y ojalá mañana la eminencia no le regale ni un bon-o-bon.
Ya está, ya me descargué.

viernes, 31 de agosto de 2007

Besitos para todos!

No me molesta para nada la costumbre que tiene mucha gente de dar un beso hasta al más mínimo desconocido cada vez que entra en un lugar. Acepto el beso que viene de un compañero, de alguien a quien conozco, hasta acepto estoicamente que algún que otro tipo que pasa esporádicamente por mi oficina a traer algún papel me agarre del hombro y me atraiga hacia sí con el sólo fin del cheek to cheek.
Lo que me irrita es que, por negarme a hacerlo, soy tratada de maleducada.
Por lo general son las mujeres las que tienden a ponerle la cara y decir "muáa" a cualquier conocido que se encuentre, pero a mí me lo reprocha un amigo hombre que dista todo lo que se puede distar de ser afeminado (salvo quizás por una clara aversión a la sangre, pero eso es para otro post).
Ahora bien, algunas consideraciones: el conocido en cuestión al que uno se ve en la obligación de besuquear suele ser alguien que uno se encuentra por la calle. En ese caso cabe el besito si es que uno se va a parar a charlar un rato. También sucede si uno asiste a una reunión en una casa ajena: me suena bastante lógico saludar personalmente con roce cachetáreo. Pero no me vengan con el argumento de que a cualquier persona que uno conoce lo tiene que besar. En mi barrio conozco mucha gente: al verdulero de enfrente, que se llama David, a su madre Ramona, al farmacéutico Ariel, al cerrajero...ah, cierto, no conozco su nombre, pero con mi hija solemos llamarlo "señor nazi". Y no se me ocurriría darle un beso a ninguno de ellos.
Cuando uno entra todos los santos días al mismo trabajo y se encuentra exactamente a la misma gente no veo la necesidad de frotar el rubor en polvo de mis mejillas contra las mejillas de otro, que en algunos casos suelen estar pegoteadas de diferentes pegotes, a saber: maquillajes en crema (los odio), grasita natural de las personas, perfumes dulces que no me gustan y otras yerbas. Bah, en realidad yerba no, no he visto nunca tal aberración.
Sépanlo, señoras y señores: los quiero igual aunque no les dé un beso cada mañana (a algunos, tampoco es que muero de amor por el mundo todo). Pero aunque soy tolerante y acepto apretujones ajenos, no estoy dispuesta a hacer lo mismo. Me parece, por lo general, una actitud de fallutería femenina de las que me joden soberanamente. Sí estoy dispuesta a decir un "Buenos días" en voz clara y argentina, lo suficientemente fuerte para que sea oído desde todos y cada uno de los rincones de la habitación en cuestión.
He dicho.

miércoles, 29 de agosto de 2007

¿Sos donante?

Una chica de 15 años murió esta mañana en el hospital Garrahan esperando un hígado que le salvara la vida. El órgano de un muerto, que al tenedor original ya no le servía, pero que sin embargo, no se atrevió a regalar post mortem. O no se atrevió su familia, ya que los familiares están habilitados a no autorizar la ablación aunque el occiso hubiera manifestado su voluntad de donar.
En nuestro país hay más de 5000 enfermos esperando que les regalemos lo que ya no vamos a usar. Existen, afortunadamente, millones de donantes, pero las condiciones son tan complejas que sólo 5 de cada mil donaciones se convierten en trasplante, de manera que a más voluntades, más probabilidades. Por el momento la cantidad de órganos resulta insuficiente y me da la sensación de que hay pocas campañas de promoción sobre el tema.
La mayoría de las religiones aceptan esta práctica como una forma suprema de solidaridad y amor por el otro. Las familias deberían discutir en vida acerca de la posibilidad de donar, interiorizarse de los deseos de los distintos integrantes e informarse sobre la realidad para así poder desterrar los mitos y prejuicios que impiden que se tome la determinación. Si conocemos la voluntad de nuestros seres queridos será más difícil negarse a salvar una vida una vez que nuestro familiar haya muerto. Porque la palabra es ésa, muerto, y la verdad es que todos vamos a morir.
Una persona es bastante más que la suma de sus órganos. Que resultemos útiles o no después de muertos depende de nosotros. Yo, por mi parte, quisiera no volver a escuchar que otra Brenda murió esperando.

jueves, 23 de agosto de 2007

Señor Tachero

Harta de esperar en una esquina de la calle Corrientes a que alguno viniera vacío, y después de casi meterme en uno que me paró delante y en el que cómodamente venían apoltronadas dos viejas que me miraron escandalizadas como si estuviera por asaltarlas, subí a un taxi que ya de lejos parecía sucio. Llevaba mi ya por demás pesada cartera, uno de mis abrigos en la mano (porque hoy también le pifiaron al pronóstico y sí hizo calor, no como ayer que se me congeló hasta el vestido finito aguardando los anunciados 20 grados), una bolsa enorme con un regalo y una bolsa de supermercado llena de galletitas de esas que al más mínimo contacto con otro elemento sólido se convierten en miguitas.
Me metí como pude en el 504 con asiento bajito por el exceso de uso y al toque mi olfato comprobó que la vista no me había engañado: olía como el zoológico, zona elefantes, pero un poco más ácido. Venía de un día de mierda, de un trabajo que otrora me encantaba y que por obra y gracia de algún jefe se ha convertido en un letargo insoportable donde no pasa nada -y que de todos modos no voy a dejar porque tengo esperanzas de que vuelva a ser lo que fue, porque me proporciona un sueldo más que digno y porque a los 40 estoy grande para empezar cualquier otra cosa que me guste-, de una discusión con alguien a quien quiero y cargaba un dolor de cintura matador que se me representa como si te estuvieran clavando la famosa peridural que no he tenido el gusto de conocer, pero que sospecho debe doler como la gran puta.
A mi "Buenas tardes" el señor tachero me contestó "Qué hacés", lo cual ya me dio mala espina de confianzudo, pero que después matizó con un amable "¿Podés con todo? Te cierro la puerta" que calmó la ansiedad que comenzaba a subir lentamente desde mi estómago.
Después de darle la dirección hundí la cara en mi celular para contestar un mensaje de texto y fue en ese momento cuando el señor comenzó su disertación: recién me crucé, así de auto a auto, viste, con un muchacho amigo, Cacho, que está en tal empresa de radio taxis, pero lo están matando, viste, paga 180 pesos por día y no es cuestión, así no puede vivir uno, qué esperan ésos, que uno les trabaje gratis, en cambio yo acá pago 120, tá bien que mi auto es más chico, él tiene uno de esos Volkswagen tipo lancha, viste, no te acordás de cómo se llaman? ése grande, largo, ¿cómo era? bué no importa, total que le aconsejé a Cacho que se venga para acá, viste, son buena gente, y ya lo llamé a Alejandro, recién lo llamé, mirá, justito antes de que te subieras, qué casualidad, lo llamé a Alejandro, el gerente es, Alejandro, y le dije: mirá que te va a llamar Cacho a ver si lo pueden tomar, porque donde está lo están matando, 180 pesos por día le cobran, no es cuestión, viste, y me dijo, Alejandro, que sí, que Cacho lo llame a la casa de parte mía, que no hay ningún problema, pero lo único, eso sí, que lo llame después de las 10, porque antes no llega a la casa, pobre, la verdad que trabaja un montón, y tres nenas tiene, y así que ahora lo tengo que volver a llamar a Cacho para avisarle, porque acá son 120 de lunes a viernes, 100 los sábados y los domingos y feriados te quedan para vos, viste, es otra cosa, y mirá vos, qué boludo, ahora me doy cuenta de que no le pregunté a Alejandro el teléfono de la casa porque se mudó hace poquito y yo lo llamé al celular y no lo sé el de la casa nueva, bué, no importa, ahora lo llamo de nuevo y le pregunto, así le aviso a Cacho y qué me decís? ah! en ésa teníamos que doblar? bué no importa, ahora agarro la paralela que aparte está menos cargada, viste, menos bondis, mirá vos, así charlando charlando ya llegamos, hicimos rápido, no? siete con cincuenta, más chico no tendrías? es un problema esto del cambio, chau, que termines bien el día.
Creí que con cruzar la calle y absorber un poco de aire fresco me iba a reponer del calor interno, del creciente dolor de cabeza y de los dos "mmh" y el "ah" que, por amabilidad, me había visto obligada a contestar, pero me esperaba otra sorpresa: estaban arreglando el ascensor.
Noventa y seis escalones después abrí la puerta de mi hogar y me encontré con cuatro adolescentes estudiando química en mi cocina, así que, una vez recuperado el aliento, besito a cada uno y a encerrarme a escribir estas líneas, por fin a solas y en silencio y, ahora sí, con las lágrimas a flor de ojo.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Tú también, Roberto

Roberto Lavagna anunció hoy que, en caso de acceder a la presidencia, su jefe de gabinete será mujer. Punto. Chau. C'est fini. Ésa es toda la noticia. No hay nada más para decir. Tengo la ligera sensación de que falta algo, pero hasta ahí lo que leí.
Me dan tantas ganas de gritar ¿QUIÉN VA A SEEER? ¿Será posible que este hombre que parece tan serio también ande queriendo captar el voto rimmel con estas estupideces? Es que no está hablando de su futura secretaria privada sino de un cargo que eventualmente condicionará la vida política del país por 4 años, a ver si llegado el caso te enchufa una ex diputada cavallista... Ah, me apuntan que eso ya sucedió.
Quiero una ley para que todos los candidatos sean obligados a presentar a su futuro gabinete, de manera que les quede menos margen para las sorpresas, no sea cosa que nos pase lo que les pasó en el 89 a los votantes comunes de Menem cuando vieron jurar a los primeros ministros de Economía.
Ley de Gabinete Transparente YA.

domingo, 19 de agosto de 2007

UBA ¿XXI?

Ayer tuve oportunidad de visitar por primera vez la exposición educativa que anualmente se realiza en uno de los salones de la Rural. Por si no la conocen, está dirigida a estudiantes secundarios ya que muestra la oferta de carreras terciarias y universitarias.
No sin asombro pude comprobar que, a golpe de vista, por lo menos la mitad de los adolescentes estaban acompañados por sus padres, lo que me abrió una luz de esperanza respecto del interés de los adultos en el futuro de sus hijos (recuérdenme contarles una anécdota).
Había stands de universidades privadas y públicas, de institutos terciarios, de escuelas militares, todo muy variado y en general con buena información y predisposición por parte de los expositores.
Al rato, ya cargadas con una buena cantidad de folletos explicativos que amablemente le habían dado a mi hija en bolsitas plásticas impresas y, hartas de chocar gente (estaba lleno a tope), nos pusimos a buscar el broche final de lo que mi hija quería ver: el stand de la Universidad de Buenos Aires, facultad de Ingeniería -si fuera posible tal especificación.
La sorpresa que me llevé: no es que nos costó encontrarlo porque mamita es miope y petisa. Era el stand peor ubicado de toda la muestra, el más berreta, el menos llamativo, el único que parecía estar totalmente fuera de lugar, uno de los pocos atendido por sólo dos personas (y bastante desprolijas) y encima era un quilombo de gente. Mi vástaga le puso garra y estuvo metida en el genterío durante veinte minutos para conseguir la siguiente información: Pregunta: "¿Tendrías una lista de carreras en Ingeniería?". Respuesta: "¿Qué, te interesa la ingeniería?". Silencio pasmado. Insiste la señorita UBA: "No, hay lista de carreras en general pero se me acabaron los folletos".
Conclusión: lo único que pudo llevarse fue una fotocopia de fotocopia cuya información consiste en generalidades apenas legibles y de última te remiten a buscar en internet lo que quieras saber.
Yo mientras tanto, desde afuera, me fijaba en la identificación del stand: una gráfica más o menos prolija al fondo y un afiche colgado ¡con cinta scotch! en un lateral. Eso era todo.
Me pareció deprimente el desinterés de las autoridades de la UBA en captar futuros alumnos. No sé qué clase de país esperamos si la principal universidad del país expone lo que tiene para dar de manera tan triste. En uno de los salones de conferencias de la muestra, noté cuando ya me iba, un afiche anunciaba una charla sobre algo así como "UBA: con historia y hacia el futuro". ¡¡¡Se ve que se olvidaron del presente!!!
Y no es que sólo los expositores privados hubieran invertido en algo digno de ser visto: los stands de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (que, confieso, no sabía que existía) y la de San Martín eran impecables, con folletos bien impresos, afiches grandes, un par de pantallas donde se mostraba la localización y los edificios, y con empleados amables que si te veían mirando se acercaban a ofrecerte información.
La que nos espera.
Ah! La anécdota. En una reunión de padres en el colegio escuché que un papá le decía a otro -refiriéndose al registro de firmas en la libreta de comunicaciones que te piden a principio de año- que había registrado una firma fácil, así, cuando quisiera, el hijo podía imitarla solito y sin ayuda.

viernes, 17 de agosto de 2007

¿Educación?

El 27 de julio pasado un grupo de alumnos de una escuela técnica de Rosario tenía una hora libre. Aburridos, quizás, sin control de ningún adulto, seguro, dedicaron el rato a destrozar el mobiliario, haciendo gala de una fuerza física que debería ser empleada con fines más constructivos. Volaban mesas y sillas con una facilidad digna de la furia de Hulk (qué antigua). Uno de ellos con alma de director de documentales filmó el hecho con su celular y después subió el video a la web. Parece que ninguna autoridad escuchó ruidos porque se enteraron tarde.
¿Qué les provoca? A mí en principio me dio rabia, bronca, me despertó instintos de madre golpeadora. Afortunadamente (menos mal que no me dedico a la docencia) esa reacción me duró un segundo y se me transformó en tristeza.
El grado de patetismo de estos pendejos es increíble, pero no sorprende demasiado. Está lleno de ciudadanos de diferentes edades a los que las normas establecidas les importan poco y nada, y ni hablar de la propiedad ajena, privada o pública. Por ejemplo, ya no son noticia los pocos papás de chicos víctimas en Cromagnon que, cagándose en las resoluciones judiciales, dedican sus días no a buscar justicia sino a buscar venganza contra los que ellos consideran culpables.
Tampoco llaman mucho la atención los artículos sobre los problemas en el colegio Carlos Pellegrini que esta semana recrudecieron a causa de otro desacuerdo con el nuevo rector y de la pretendida "democratización educativa".
Esta tarde la sede del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires fue tomada por un grupo de alumnos y padres del colegio Mariano Acosta que consideró que esa actitud aceleraría las obras de refacción.
Los alumnos de Rosario fueron sancionados con 15 días de suspensión y 19 amonestaciones. Algunos quedarán libres por sanciones y otros porque están en el límite de faltas (a esta altura del año).
No estoy segura de que suspenderlos sea una medida apropiada. Para aprender a respetar la cosa pública y el espacio de los demás seguramente hay que ir a la escuela. No menos, sino más que antes. Tendrían que concurrir los sábados y no sólo arreglar lo que rompieron por joder, sino construir más bancos para escuelas donde no existan. Si no les cuesta ningún esfuerzo, me parece difícil que aprendan a responsabilizarse por algo.
Es lo que opino desde mi lugar de mamá que procura enseñar responsabilidad y respeto, y a la que alguna vez también le dolió decir un "no" o imponer una sanción a su hija.

miércoles, 15 de agosto de 2007

Mujeres en el poder

Me molestó ligeramente un comentario que hizo Cristina en el lanzamiento de su campaña. "Tendrán que acostumbrarse a las mujeres". Me molestan siempre las referencias al género que hacen casi todas las mujeres políticas argentinas.
Resulta tan habitual en el medio pelo nacional que no sorprende, pero me pregunto: ¿cuál es la necesidad? ¿Acaso pretenden trato preferencial? Es cierto, nadie lo niega, que está lleno de mujeres que -además de trabajar fuera de su casa- barren, cocinan, lavan, planchan, cosen, ayudan con los deberes, aconsejan hijos y un millón de etcéteras que sería largo enumerar. Soy una de ellas, de modo que, lejos de desconocer, sé bien de lo que hablo. (Igual nadie me va a convencer de que la candidata sabe qué detergente rinde por ocho o cómo se plancha una camisa de algodón). Pero las alusiones sexistas se me hacen tan pesadas como las que por siglos la humanidad femenina tuvo que soportar por parte de los varones.
Porque, por si Cris no se enteró, Mary Robinson ya gobernó Irlanda, Margaret Thatcher hizo lo propio en el Reino Unido (no por fea es menos mujer, qué diablos), Indira Gandhi dio su vida por su país; y si apetecen sigo nombrando: Golda Meir, Benazir Butto, Violeta Chamorro, Angela Merkel y la lista continúa e incluye a... (fanfarrias, por favor): María Estela Martínez!!! Acá mismo y no hace tanto, una mujer perteneciente al propio partido que la candidata oficial dice representar ensayó un simulacro de gobierno que terminó como es de dominio público.
Quiero recordárselo a Cristina desde la impunidad que me da haber tenido seis años de vida en el 73 (¡yo no la voté, lo recontrajuro!), porque padece de memoria floja -como casi todos los peronistas.
De modo que a Cristina le digo que los que miramos un poco más allá de nuestro espejito de cartera YA estamos acostumbrados.
Es muy cierto que somos diferentes pero somos todos seres humanos y espero con ansia el momento en que nuestro país sea más civilizado y se juzgue a la gente por sus acciones y no por su sexo.
Y a mis congéneres les doy mi opinión: no se dejen deslumbrar por el afuera, exijan ideas, plataforma, planes de gobierno.
Y otra opinión que me va a acarrear la antipatía de muchas: si no quieren ser tratadas como tilingas, simplemente no actúen como tales.

lunes, 13 de agosto de 2007

Mala suerte para ellos

Existe una conducta humana que he descubierto recientemente y que me resulta espantosa. Es la de calificar de "mufa" a algunas personas. Lo que es más patético es que la percibo en personas que considero instruidas, informadas y hasta con cierta capacidad de análisis acerca del comportamiento.
¿De verdad, seriamente, alguien puede creer que otro ser puede acarrearle una desgracia futura por el sólo hecho de nombrarlo? ¿Es posible que ante la mención de determinado nombre un tipo considere que habrá alejado todo fantasma de ulterior mala suerte porque se toca un huevo? (Para el caso, creo que es el izquierdo, pero he optado por la discreción visual de no mirar adónde va la mano, ya que no por la discreción verbal, puesto que cada vez que veo tamaño disparate vocifero a voz en cuello).
El pensamiento mágico ha sido responsable de muchas desgracias reales a lo largo de la historia de la humanidad. Hoy que el pensamiento científico nos domina, ya nadie cree en las ordalías o en la purificación de los hechiceros mediante el fuego, verdad?
Entonces, el único al que le acarrea una desgracia este tipo de conducta es al pobre sindicado de mufa, que en su vida cotidiana deberá lidiar con la humillación de no ser nombrado por sus congéneres.
Echar a correr un rumor es de lo más fácil, sacárselo de encima, casi imposible. Miente, que algo quedará. Inventa, especula, di cualquier estupidez que se te ocurra. Sólo le habrás arruinado la vida a alguien.

viernes, 10 de agosto de 2007

Apertura

¿Es posible que haya tantas mujeres amargadas porque empezó un nuevo campeonato de fútbol? La publicidad no ayuda, me doy cuenta, parece que una nueva vida acaba de comenzar para los elementos masculinos de una pareja. Lo que no comprendo es por qué genera tanta bronca femenina.
A algunas nos gusta el fútbol y disfrutamos de acompañar a maridos, novios, amantes y etcéteras varios en su sufrimiento o felicidad; hasta disfrutamos de pelearnos cuando nos toca ver partidos en que se enfrentan los equipos de nuestras simpatías.
Pero si no es tu caso, ¿a qué tanto problema? Dejate de joder, si hasta hace diez días estabas harta de tenerlo dando vueltas por la casa preguntando qué comemos. Ahora ¡aprovechá que lo tenés entretenido!
Si el evento deportivo en cuestión se ve en casa te propongo lo siguiente: cuando el horario coincide con la cena, panchos frente al aparato (me refiero al de TV) y a otra cosa. Con una copa de vino -jamás cerveza-. Después de haber depositado amorosamente una bandejita con las salchichas, panes, aderezos y bebida (no olvides las servilletas de papel) tenés dos horas enteras para meterte en la bañera previamente llena, hacerte la máscara facial con la que el tipo nunca deberá verte y sacarte los callitos en más absoluta intimidad. No olvides la prohibición de la cerveza si no querés que el hincha en cuestión entre a interrumpir a cada rato.
Si la cosa es en la cancha agregale depilación, tintura de cabello y decoloración de molestos pelos de antebrazo, bozo y entrecejo. Si te queda tiempo, salida con amigas en igual o peor situación, y el día habrá sido completo.
Y si sos de aquellas que no sólo no putean, sino que además disfrutan de ver el partido juntos, apoltronate a su lado con una bata vieja, medias futboleras y el pelo recogido. Habrás tenido la precaución de ponerte, debajo del atuendo horrible, tu mejor conjunto interior.
Te garantizo que, sea cual fuere el resultado, después de la pitada final la vas a pasar bomba.