viernes, 16 de mayo de 2008

Jodida

Te ve llegar empapada y molesta porque se te va a llenar la cabeza de rulos y, lejos de consolarte, te recuerda a cada rato lo hermoso que te queda el cabello lacio.

Se entera después de meses de tu divorcio y, aún habiéndote visto fantástica todo ese tiempo, inventa una pena que no siente y grita que no puede creerlo (lo suficientemente alto como para que todos la escuchen). En cuanto cruzás la puerta corre a preguntar detalles a los que sí sabían.

Comentás alguna vez a un tercero que el pasado fue el peor año de tu vida. Ella apura la autoreferencia para explicar por qué justamente ésa fue su mejor época.

Murió un familiar que llevaba mucho tiempo en estado vegetativo y todos a tu alrededor interpretan que eso no era vivir, que seguramente estará mejor ahora. Menos ella, claro, que de tanto en tanto profiere un falluto "¡qué dolor tan grande!".

Todo el mundo sabe de la existencia de personas malas. A nadie se le escapa que hay gente capaz de cometer actos reñidos con la ética más o menos generalizada en aras de conseguir beneficios personales. Malignos, perversos, canallas, ventajeros: no los acepto de buen grado, pero me es posible entender sus pérfidos motivos.
Lo que a mi raciocinio le resulta difícil de aceptar es la presencia de personas que actúan por pura maldad sin posterior consecución de ningún provecho. No logro comprender a qué sabe dedicar tu vida a meter el dedo en llagas ajenas. Esta práctica me resulta tan inescrutable como la mecánica ondulatoria. Y, tal como me ocurre con el comportamiento de la materia, no me enoja sino que me provoca curiosidad. Hasta ahí llega la analogía porque no creo que ninguna rama de la física pueda ser considerada correveidile, berreta y grosera.

lunes, 5 de mayo de 2008

Snobismo educativo

Escuché por radio una entrevista a una mujer que eligió no mandar a su hijo a ninguna escuela sino educarlo en su casa. Ella misma, con algunas nociones de magisterio que cursó y no terminó, prepara las clases, enseña y examina, antes de que, a fin de año, el estado intervenga y tome la prueba final que promocionará al alumno al siguiente año.
El principal argumento que esgrimió la mamá/docente para haber tomado esta decisión fue el carácter circular de este método: su hijo también le enseña. Contó a modo de ejemplo que gracias a su hijo, hoy de trece años, aprendió a editar videos en formato digital.
La contracara, en sus palabras, es que la escuela tradicional utiliza un método de aprendizaje lineal: los maestros tiran datos, los alumnos repiten, impidiendo el desarrollo normal porque "todos tenemos los conocimientos adentro, sólo hay que saber sacarlos".
No le preguntaron de qué manera podría un alumno conocer la existencia de la Revolución Francesa, de la tabla del nueve, o del Cantar del Mío Cid si, a priori, se le evita todo contacto con un sistema lineal en que un ente diferenciado del alumno (sea un maestro o, por caso, un libro) proporcione esa información.
Durante toda la escolaridad de mi hija en algunas oportunidades me ha parecido que los métodos de enseñanza son anticuados, que no siempre se enseña a investigar primero y formular la teoría después y que muchas veces se desaprovechan las posibilidades que brindan la tecnología y la literatura tradicional. Y yo sí creo en el valor de la acumulación de datos, al menos en algunas materias. Pero jamás se me hubiera ocurrido que fuera mejor para nadie evitar la escuela en lugar de tratar de mejorarla.
La entrevistada no contó de qué manera un chico que no concurre a clases aprende a socializar con sus pares si no ha compartido nunca un recreo, un raspón en las rodillas, una penitencia o un paquete de galletitas. Y también me quedé con las ganas de saber cómo se reemplaza la noción de autoridad, porque, mal que les pese a los anarquistas, la verticalidad existe, aún después de la graduación.
En definitiva, la escolaridad en casa me parece una estupidez. Pero es sólo mi opinión.