domingo, 30 de diciembre de 2007

Saludo

Iba a escribir esto como una respuesta a los comentarios que me dejaron en los últimos días, pero me di cuenta de que iba a resultar largo.
He tenido poco tiempo y además, como hago todos los años, viajé a pasar la Navidad con mi familia de origen, así que no me acerqué mucho a los blogs, cosa que lamento (ya me pondré al día).
Este año termina con mis tres abuelos poniéndose viejos de golpe y todos juntos (¡parece mentira, a mi edad tengo aún tres abuelos que recién ahora se están poniendo viejos!) de la manera más indigna en que los seres humanos lo hacemos; de modo que estas fiestas me encontraron haciendo apoyo logístico a mis padres y sus hermanos que tenían que turnarse para cuidarlos y organizar a las enfermeras que se ocupan de ellos en otros momentos. Así y todo, como la alegría es obligatoria por mandato familiar y social, tuvimos nuestra cena de Nochebuena con vittel thoné y turrones y regalos y todo eso que se estila en estos días.
Ahora las cosas se acomodaron un poco, de modo que la cena que resta la pasaré en mi propia casa con amigos y familia, y comeremos vittel thoné y turrones como se acostumbra.
Les agradezco a todos los comentaristas/amigos virtuales los mensajes con deseos para el año que comienza. La verdad es que las fiestas no sólo no me gustan, nunca, sino que además me deprimen, pero siempre es agradable ver que otros quieren que a uno le pasen cosas buenas.
Gracias y que les vuelva todo lo deseado.
Volveré y seré turrones... el año que viene.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Queja doméstica

Este relato comienza hace unos veinte días. En esa oportunidad mi suegra comentó que le gustaría acceder a uno de esos créditos para computadoras que estaba otorgando el Banco Nación a jubilados. En realidad no se trata de un crédito sino que te dan la computadora misma, financiada a un montón de meses y sin interés. La pobre tenía intención de que sus nietos (que no son mis hijos) pudieran perderse en el ciberespacio cuando están en su casa (que es mucho tiempo a la semana) en lugar de perderlos en esos antros de locutorios oscuros y tenebrosos. Buena idea, pero no. Sólo acceden a ese crédito los pasivos que cobran sus haberes a través del Nación y no es su caso. Además, ya se agotó el stock.
Mi marido mostró en ese momento un entusiasmo que me pareció sospechoso, pero no tuve tiempo de lanzarle a la cara mi sospecha porque me dediqué a aclararle que no te podés comprar una notebook con ese sistema, además de bajarlo a tierra sobre para qué cuernos quiere una notebook alguien que no la necesita para trabajar, que tiene en su casa no una sino dos fijas (aunque una de ellas pertenece a mi hija porque fue el regalo para sus quince años) y que sólo usa internet para jugar jueguitos en red, bajar música y navegar un poco. Ahí quedó el tema, o al menos eso creía yo.
Un sábado, nuestra pobre y cacareada carcacha informática comenzó a fallar. No pudimos conectarnos a internet en toda la mañana y para cuando el señor "dejá que yo sé cómo arreglarlo" decidió olvidar por un rato su orgullo y llamar al técnico, éste ya había cerrado su local. Nos resignamos a pasar todo el fin de semana sin internet en toda la casa y el lunes veríamos.
Pero hete aquí que en ese momento mi estimada suegra llamó por teléfono a su único vástago para que pasara por su casa -vive cerca- porque tenía una sorpresa para darle. El hijito salió y al rato volvió con cara de feliz cumpleaños y una gran bolsa con una notebook.
Me resulta difícil describir mi cara al enterarme de la sorpresa. Y directamente imposible describirla sin usar malas palabras al saber que lo que la buena señora que dio a luz al infantil que vive conmigo había hecho fue sacar un crédito personal en el banco en que le pagan la jubilación -a un interés altísimo- y entregarle al nene, en mano, todo el dinerito junto para que comprara lo que quisiera y que el nene había querido una notebook. (Cabe aclarar en este punto que mi suegra gana míseros 500 mangos de jubilación y solamente el alquiler de su departamento cuesta 900; con estos datos es fácil imaginar quién/es la mantiene/mantenemos).
"Quiere ayudaaaar, pooobreeee" decía el infantil.
"¡Te tiró un salvavidas de plomo!" gritaba yo. "¿¿¿Al menos le dijste que nunca volviera a hacer una cosa así???".
"No, pooobre, dejaaala, además ya está hecho" insistía la criatura, con cara de tener ganas de terminar la discusión prontito para sentarse a probar el chiche nuevo.
"¡¡¡Si no se lo decís, la próxima vez va a sacar un crédito por 10 mil dólares, nabo!!!" vociferaba yo.
Resultado parcial: la máquina vive en la mesa de mi comedor, jamás pisó la casa de mi suegra y los hijos de mi marido la conocieron por espacio de una hora. (De todos modos, sólo a un padre poco dotado y muy demagógico se le podría ocurrir hacer semejante regalito en el mes de diciembre a dos chicos que se llevaron cuatro y cinco materias respectivamente, pero lo que opino sobre ese asunto sería largo de explicar acá).
Sigamos. El siguiente lunes mi propia computadora fue al service, transportada sin chistar por el comprador compulsivo que vive acá. El señor service la recibió, la enchufó y... se quemó la fuente.
Resultado final: tuvimos que comprar otra.
Desde entonces, puedo tener ganas de comer a las tres de la mañana un helado de pistacho que sólo fabrican en Temperley, que mi chiquilín conviviente es capaz de preguntarme si un kilo es suficiente y salir corriendo a tomar el primer tren. Yo no utilizo ese sistema por la indignidad que conlleva, y de todos modos tampoco me conformaría.
¿Cuánto me darán si alego emoción violenta?