viernes, 27 de junio de 2008

1 = 4

En la provincia de Mendoza se está realizando una prueba piloto en algunas escuelas secundarias que consiste en evitar el aplazo en las calificaciones del primer trimestre, con el objeto de no desmotivar desde el principio del año a los alumnos, que de otra manera verían limitada la posibilidad de aprobar la materia entera en el transcurso del año (nótese que hay una limitación y no una imposibilidad numérica).
Traducido, esto significa que si en tres pruebas tomadas entre marzo y junio el alumno obtuvo tres calificaciones equivalentes a 1 (uno), en el boletín que se entrega al finalizar ese primer período, debido a extrañas conjunciones aritméticas mezcladas con una buena dosis de demagogia, la nota final de todos modos será un 4 (cuatro). La misma puntuación se aplicará al alumno que haya obtenido 7, 4 y 1, por poner un ejemplo.
No sólo me parece una manera absurda e inconducente de ganar el favor del alumnado de nivel medio sino que además es el reflejo de una flagrante injusticia para con los que al menos intentaron aprender algo.
Quienes dirigen la educación deberían recordar que existe la vida después del colegio y que en esa vida suelen aplicarse sanciones a los malos comportamientos, salvo que el sujeto en cuestión goce de ciertas prebendas gubernamentales o judiciales. También deberían saber que lo más importante es el aprendizaje y que también se aprende de un rojo en el boletín.

Otra situación: colegio privado pequeño de nivel socioeconómico medio/alto y de exigencia académica muy elevada recibe a principios de este año una enorme cantidad de alumnos nuevos, debido al repentino cierre de una institución cercana. Los alumnos nuevos lamentablemente no logran acoplarse a los adelantados programas educativos de la nueva escuela. Los docentes se ponen nerviosos, las aulas se desbordan y comienzan los problemas de disciplina.
En una oportunidad un grupo de quinto año decide atrincherarse en el aula, bloquear la puerta y no dejar entrar al docente, sólo para molestar. El resultado: sanciones disciplinarias a los "cabecillas" de la boba rebelión (y en mi caso, discurso correctivo a la -según ella- mera espectadora también encerrada, sobre la estupidez de tal conducta, que ni siquiera había resultado divertida).
Un mes después el grupito de castigados repite la reclusión intraáulica, esta vez con la precaución de pedir a quienes no quisieran ser partícipes que se quedaran del lado de afuera (por supuesto que eso fue lo que hizo la que mora en mi hogar, so pena de que la mate por tonta). Resultado: 25 alumnos suspendidos.
Lo más jugoso está por llegar: el padre de uno de los suspendidos, abogado él, amenazó al colegio con iniciar acciones legales acusando a la institución de haber cometido la inexistente figura de privación ilegítima de la libertad de estudiar. Claro que finalmente no lo hizo. Sólo perdió el respeto de muchos y convirtió a su propio hijo en un chico peligroso que creerá que tiene derecho a todo y cuya familia avalará cualquier acción, entre ésta dentro de las normas que rigen la convivencia educativa o no.

lunes, 23 de junio de 2008

Clásico

Obedeciendo a una orden emanada del mismísimo general Juan D. Cangallo (ver comentario de la fecha en el artículo anterior), vuelvo a escribir para que no se me acuse de deserción bloggeril, pero desde ya voy avisando que sólo tengo en el día de hoy una demanda que tal vez pueda ser tildada de ingenua y liviana; y tampoco va a faltar quien me acuse de "no entender nada" -de hecho ya me sucedió- debido a mi condición de mujer (y qué mujer, qué diablos).
Va la queja: me molestaría sobremanera que Racing se fuera al descenso. No veo qué gracia tendría un campeonato sin clásico de Avellaneda. Es una estupidez festejar y es de mal gusto gastar a cuanto académico se cruce delante. Y es antideportivo.

miércoles, 4 de junio de 2008

Lo saludo, Raúl

Ayer en Roma la presidente pidió perdón por la demora en el juzgamiento a los responsables de violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura militar.
No es mi intención comentar acerca de las lágrimas que acompañaron e interrumpieron su discurso. Lo que me enoja es esa flojera de memoria que, una vez más, la lleva a erigirse en campeona -por no decir inventora- de la defensa de los derechos humanos.
La decisión política que posibilitó el juicio a las juntas militares que gobernaron desde 1976 fue tomada en 1983 por el entonces presidente Raúl Alfonsín, que cumplió de esa manera con una promesa de campaña. Esa resolución produjo un proceso legal histórico por el que se reconoce a nuestro país en el exterior y que en el plano interior profundizó la distancia entre el gobierno civil y los militares, lo que en la práctica se tradujo en nuevas amenazas al orden constitucional. Como sabemos, el Poder Ejecutivo intentó pacificar el frente interno mediante una concesión a los uniformados y envió al Congreso Nacional los proyectos de las hoy llamadas "leyes del perdón": Obediencia Debida y Punto Final.
No pretendo generar una nueva discusión sobre las ventajas y los inconvenientes de estas decisiones ni un análisis sobre el gobierno de Alfonsín en su totalidad. Mi propósito es rescatar lo siguiente, en los términos más simples y más sinceros de que dispongo: había que ser muy guapo para animarse a prometer (y cumplir) ese juicio en esa época. Y muy democrático para no resolver por decreto los planteamientos militares que amenazaban el gobierno, sino mediante el procedimiento de sanción de las leyes. Por eso me resultan sumamente injustas las palabras de la actual mandataria, la misma que confunde mal carácter con guapeza y que a esta altura no debe recordar lo que significa gobernar sin el mecanismo de leyes de emergencia que le permiten a su gestión decidir sobre los destinos de los ciudadanos sin debate parlamentario alguno.