De modo que ayer me pinté las uñas de rojo furioso y partí a votar con mi hija adolescente de acompañante, por última vez. Las próximas elecciones va ser la mamá la que acompañe a la hija, lo cual me produce una satisfacción anticipada que se me sale del pecho. Por el camino -que invariablemente hago caminando porque me encanta ver ese movimiento inhabitual para un domingo al mediodía- se me ocurrió comentar que me gustaría mucho tener una foto de mi primera elección en situación de diva, ese momento congelado en que el sobre no termina de entrar en la urna y con sonrisa Kolynos a la cámara. Es que aunque mi primera vez electoral fue en el año 87 y esas elecciones no suscitaban grandes pasiones, recuerdo con alegría el poder comenzar a elegir.
Por suerte para mi estima materna, mi hija no consideró ridícula la idea de la foto y además se aguantó estoica la hora de cola hasta que llegó mi momento, después de unas 40 y con el agregado de dos ancianas y dos embarazadas que pidieron pasar antes.
Mucha gente protestaba, pero para mí esa demora no significa ninguna tragedia, no tenía demasiado que hacer y mucho menos con urgencia.
Por la noche no festejé, pero por lo menos valoro la posibilidad de optar. Hay tantas cosas en la vida que nos llegan sin posibilidad siquiera de preverlas, que deberíamos aprovechar al máximo esta opción que nos da la democracia y convertir ese día en día de fiesta.
Inocente lo mío, ¿no? Es lo que hay.
GRACIAS POR EL AGUANTE, CHICOS. LAS MEDIALUNAS LES SERÁN ABONADAS.