lunes, 29 de octubre de 2007

Ya fue

Luego de algunos días de autocompasión, y superada ésta por carencia de stock, he decidido saltearme la etapa de la negación. Puedo mentirle a todo el mundo pero a mí misma no quiero: uno sabe bien lo que le pasa y lo que siente y debe aprender a vivir con lo que le sale mal, así como disfruta de lo que le sale bien.
De modo que ayer me pinté las uñas de rojo furioso y partí a votar con mi hija adolescente de acompañante, por última vez. Las próximas elecciones va ser la mamá la que acompañe a la hija, lo cual me produce una satisfacción anticipada que se me sale del pecho. Por el camino -que invariablemente hago caminando porque me encanta ver ese movimiento inhabitual para un domingo al mediodía- se me ocurrió comentar que me gustaría mucho tener una foto de mi primera elección en situación de diva, ese momento congelado en que el sobre no termina de entrar en la urna y con sonrisa Kolynos a la cámara. Es que aunque mi primera vez electoral fue en el año 87 y esas elecciones no suscitaban grandes pasiones, recuerdo con alegría el poder comenzar a elegir.
Por suerte para mi estima materna, mi hija no consideró ridícula la idea de la foto y además se aguantó estoica la hora de cola hasta que llegó mi momento, después de unas 40 y con el agregado de dos ancianas y dos embarazadas que pidieron pasar antes.
Mucha gente protestaba, pero para mí esa demora no significa ninguna tragedia, no tenía demasiado que hacer y mucho menos con urgencia.
Por la noche no festejé, pero por lo menos valoro la posibilidad de optar. Hay tantas cosas en la vida que nos llegan sin posibilidad siquiera de preverlas, que deberíamos aprovechar al máximo esta opción que nos da la democracia y convertir ese día en día de fiesta.
Inocente lo mío, ¿no? Es lo que hay.

GRACIAS POR EL AGUANTE, CHICOS. LAS MEDIALUNAS LES SERÁN ABONADAS.

miércoles, 10 de octubre de 2007

No quiero a la gente todita de negro

Las expresiones de uso cotidiano relacionadas con la muerte son de lo más corrientes. Muchas veces decimos que algo es "mortal" cuando queremos expresar que nos gusta, "me muero" si sucede algo contrario a nuestro agrado o "te mato" como liviana amenaza.
Sin embargo, cuando se trata de la real, universal y democrática culminación de la vida, mucha gente prefiere bajar la voz o directamente el silencio, como si fuera vergonzoso. Muchos adultos optan por evitar a los menores la verdad más extrema sobre alguien que no volverá, como si los niños fueran incapaces de comprender el proceso, por doloroso que sea. La negación de la realidad provoca en quien no sabe sentimientos de confusión y fantasías de regreso.
El temor al paso definitivo e irreparable es tan profundo que la mayoría de las personas se inclinan por eludir el tema de su propia muerte todo el tiempo que les sea posible. El desconcierto ante la muerte afecta incluso a las personas religiosas que creen sinceramente que los espera algo mejor.
Morir es inevitable. Es una rutina sin la cual la vida como contrapartida no existiría como la conocemos. Creo que, tal como a veces nos detenemos a considerar nuestra vida para mejorarla, debería ser natural que en algún momento reflexionáramos sobre la posibilidad de morir y pusiéramos al tanto de lo que realmente deseamos a las personas cercanas, sin melancolías a futuro y sin drama agregado.
Por mi parte he dado instrucciones: nada de luto, recuerden más mis carcajadas que mis lágrimas y pónganme mucho rimmel.

lunes, 8 de octubre de 2007

Escrache familiar

R. es mi tío favorito. Sólo tiene quince años más que yo, un matrimonio que a pesar de haber sido poco feliz duró más de veinte y cuatro hijos. Cuando yo era chica me paseaba con orgullo, actitud poco común en un adolescente al que le encajan la sobrinita. Es el único hombre de la familia que siempre me dice que soy bonita, lo que resulta muy grato a una autoestima que tiene menos edad que su portadora.
Sus hermanos lo consideran un poco tarambana, será porque dejó su carrera universitaria por falta de interés, como la que suscribe. En mi opinión R. tiene carnet de buen tipo. Es franco, canchero y simpático. Tiene opinión formada sobre muchos temas y rara vez se escucha a alguien contradiciéndolo, porque casi siempre da en la tecla. Ha vivido malas épocas, ha sufrido temblores financieros, emocionales y de salud, pero jamás he visto su cara sin sonrisa. Como vive en otra ciudad, nos encontramos sólo una o dos veces por año, pero hablo con él con una confianza digna del que tratás cotidianamente.
La ex esposa de R., mi tía C., sólo puede describirse como amarga. Es una mujer particularmente odiosa y compuesta en un 90% de queja; por ese motivo cuando se divorciaron el resto de la familia no lamentó demasiado el alejamiento de C.
En una ocasión R., que hacía tiempo que no veía a mi hija V., comentó lo linda que estaba y yo respondí, a modo de broma entre nosotros, que se estaba pareciendo a la mamá. En ese momento C., que había permanecido ajena, se metió para acotar: "La mamá es simpática, pero no es tan linda".
Fue una de las pocas veces que R. se quedó sin palabras, pero sólo fue por unos segundos, hasta que el estallido de carcajadas tapó la voz de la tía.

jueves, 4 de octubre de 2007

Canchereadas y tomates

Me irrita sobremanera una nueva costumbre de algunos comunicadores que disfrutan reemplazando por un equivalente extranjero una palabra que existe en perfecto castellano.
Mi vocabulario no es ni por asomo tan amplio como me gustaría y menos si lo escribo (prefiero hablar porque ante la pantalla tiendo a quedarme en blanco), pero soy curiosa y estoy atenta a escuchar e incorporar nuevos términos en mi propio idioma. Seguramente en el hablar cotidiano se me escapa alguno que otro en inglés que la fuerza de la costumbre arraigó como nuestro, pero intento evitarlos porque -a pesar de que los entiendo- no veo la necesidad de decir que alguien es uno de los principales "contributors" a la campaña demócrata por la presidencia, ni que algo representa un "challenge" deportivo, ni recuerdo cuándo cuernos empezó a pronunciarse "vídeo" este vocablo que si uno ve escrito no lleva ninguna tilde por lo tanto se clasifica según su acentuación como palabra grave terminada en vocal y debe sonar como vi-de-o. Ni hablar de los "sale" que decoran las vidrieras de ropa ante cada cambio de temporada desde hace unos diez años. Cuando recién comenzaba esa moda y antes de que le agregaran el "40% off" mi mamá, que ni sospecha el inglés, tuvo que preguntarme qué significaba.
¿Qué les pasa, es más canchero hablar así?
Existen también otras deformidades que no remiten al inglés, como llamar "cártel" a algo que los colombianos llaman "cartel" (aguda terminada en consonante que no es 'n' ni 's').
También me molestan los locutores que dicen "quiñentos" en lugar de "quinientos", pero parece que soy la única que lo nota porque lo comenté en mi trabajo y conseguí un ciento por ciento de repudio, sostenido con argumentos tan sólidos como "estás loca".
En otro orden de cosas, me exaspera que más de uno que conozco siga comprando tomates mientras se queja del precio. No son esenciales para la vida y mientras sigan costando una pequeña fortuna mi ración de cosas que crecen de la tierra se limitará a pepinos, repollo, hinojo, zanahorias, lechuga y hasta frutillas que encontré a cinco pesitos el kilo.