domingo, 7 de septiembre de 2008

Un domingo en paz y mascotas ajenas

Una de las cosas que disfruto de mi temporaria soledad es sentarme en algún bar a tomarme un café y leer el diario tranquila. Las únicas interrupciones que soporto de buen grado son las de algún camarero amable que se acerque a preguntar si necesito algo más y las de mi celular, que de todos modos no respondo si no se trata de mi adorada vástaga, la cual, de más está decir, la está pasando bomba y se conforma con una llamada diaria (y ni falta que harían más) y a la que que debí solicitarle que se limitara a informarme mediante mensajes de texto porque está tan disfónica que no se le entiende ni media palabra.
Esta mañana me desperté más temprano de lo que sería dable para una persona que adolece de juventud. O sea: como los ancianos, me despierto temprano, cosa que hasta hace poco no me sucedía. Aproveché la falta de sueño, me puse linda y me fui a desayunar, bien abrigada, a un barcito al aire libre.
Estaba tranquila y feliz de la vida con mis tostadas y mi café, hasta que tuve que levantar la vista del diario a causa de los ladridos desaforados de un perro enorme que se acercaba amenazadoramente. En el otro extremo de la correa había un dueño, lo que me serenó pero sólo transitoriamente, ya que dueño, amiga/esposa/hija (juro que era una relación indefinible a simple vista) de dueño y perro decidieron sentarse a la mesa contigua, separada de la mía más o menos por un metro de distancia. Se sentaron los tres, literalmente: al bicho lo instalaron en una silla como si nada, y sólo lo liberaron cuando el mozo se acercó a pedirles que lo bajaran.
Aparentemente, el amor que le profesaban al perrazo se les olvidó de golpe, porque el can quedó suelto por ahí, muerto de aburrimiento, y no tuvo mejor ocurrencia que dedicarse a lamer la punta de mis botas estrenadas anteayer. Le pedí amablemente a la señora/señorita que lo retirara un poco de mi persona y me contestó con un estúpido "Aaaayyy, si no hace naaadaaa...".
-Igual, correlo hacia vos, por favor- insistí.
-Mirá, papi- se burló la boba a los gritos sin dejar de mirarme y sin moverse de su silla -¡le tiene miedo al perro!-. El marido/padre/pareja, lejos de condolerse de mi situación, le acariciaba la mano (a ella, no al perro) y me miraba con una media sonrisa moviendo la cabeza de lado a lado como quien expresa "pobrecita, qué tonta".
Si la tenía un poco más cerca la ahorcaba. El bicho ya no chupaba solamente mis botas sino también parte de mi pantalón y yo le tiraba disimuladas pataditas, no por cariño ni por miedo a dañarlo sino más bien por temor a que se enojara y me mordiera. Resolví no ahorcarla y así pasar los días que me quedan de vacaciones en libertad y no en una celda, de modo que con falsa amabilidad facial y acercando mi torso a su persona todo lo que podía con el animal prendido de mi botamanga, en tono bajito le espeté: -Soy alérgica, miedosa e intolerante, así que si tu perro no se me aleja en dos segundos le echo gas pimienta, ¿estamos?-.
Ofendisíma por mi falta de urbanidad, pero afortunadamente silenciosa, se levantó, alzó a su mascota, dijo algo al oído del hombre y se fue. El tipo pagó la cuenta apurado sin dejar de mirarme con cara de condescendencia y desapareció.
Si son clientes habituales y difunden esta historia, me habré convertido en uno de esos personajes psiquiátricos que hay en todos los barrios. Si eso sirve para que los dueños de perros vecinos hagan un esfuerzo por no acercarlos a mí, habrá valido la pena.

viernes, 5 de septiembre de 2008

No he muerto

Mirá vos, entro a publicar algo después de tanto tiempo y me doy cuenta de que la plantilla cambió. Definitivamente, tengo que entrar más seguido.
En los últimos días me dediqué a diversos menesteres: pintar las ventanas de mi casa, curarme de un corte profundo en el dedo índice de la mano derecha que todavía me duele al tipear, compartir con mi hija mi pc porque la de ella no funciona, lavar ropa a mano porque se rompió el lavarropas casi nuevo, ayudar a la criatura a preparar su valija para su viaje a Bariloche, gastar mucho dinero en cositas de último momento para el viaje a Bariloche, hablar del viaje a Bariloche, asistir a reuniones de padres de los que viajan a Bariloche e ir a despedirla cuando se fue a Bariloche.
Lenta pero inexorable, la dicha llegó: tengo vacaciones laborales y maternales ¡y la estoy pasando bomba!