domingo, 9 de septiembre de 2007

Ricky y el Sistema Métrico Decimal

En una entrada anterior agradecí el placer que me causa verificar esa conducta de algunos trabajadores de hacer "un poquito más" que lo que se les pide. Me he dado cuenta de que hay una excepción enorme a esa regla, que los lectores de sexo femenino sabrán comprender.
Ir a la peluquería no me resulta una experiencia demasiado placentera. Quizás lo disfrute un poco cuando voy con mi hija, por diferentes motivos: uno consiste en que mientras esperamos nos damos una pequeña panzada de revistas para las que que en mi casa no se destinó jamás un mango, básicamente miramos vestidos y zapatos. El otro motivo es que si la están peinando a ella para una fiesta (causa única de su visita) me gusta observar de lejos cuán grande, linda y viva está y me hincho de orgullo materno, algo que intento mantener en secreto, al menos delante de ella, pero que no sé si me sale.
Ahora bien, tener que ir a recortarme yo sola y mi alma es una tortura ya desde el principio. Por empezar espero a tener las puntas hechas pelota de planchita y secador y paso del tiempo y espero a levantarme un día con la autoestima por el piso para decidirme. Cuando llego, obligadamente me encaja un beso un perfecto desconocido que parece estar ahí sólo para preguntar qué me voy a hacer, después me encaja otro el que lava la cabeza y después otro el que me corta. Si decido peinarme recibo un cuarto ósculo pero por suerte eso no sucede muy seguido.
Durante todo el proceso escucho risitas, bromas internas, referencias a cosas oscuras y veladas que no terminan de expresar (por ejemplo, nombran a otras personas por sus iniciales). Las clientas habituales -yo nunca lo soy- hacen chistes con los peluqueros y todos se llaman por sus nombres o apodos, y me parece sentir miradas en la espalda (en realidad en el frente, ya que me encuentro frente a un espejo). A veces me convenzo de que están hablando mal de mí.
Cuando llega el momento cúlmine intento utilizar toda la claridad verbal de la que soy capaz para explicar cuánto quiero que me corten. La consigna es más que cristalina: 2 centímetros. ¿Es muy difícil de entender? Dos centímetros, no pulgadas, cualquiera que haya pasado por la escuela comprende la medida; yo por las dudas me abstengo de utilizar el concepto "dedos", a ver si el estilista en cuestión cree que me refiero a sus dedos a lo largo y tiene manos de pianista y quedo como Telerman.
Pues no hay manera: la última vez el tal Ricky no escuchó mi pedido porque estaba ocupado criticando mi color ("le falta un poco de brillo, deberías hacerte 'iluminación'") y me sacó 10 (diez) centímetros mientras charlaba animadamente con la vieja a la que le iba a cortar después.
Este trabajador hizo de más. Bastante de más. Y no me causó ningún placer.
Perdón, muchachos, me salió un post absolutamente femenino.

9 comentarios:

Opiniones Independientes dijo...

La verdad es que le salió demasiado femenino, no se qué decirle del tema, pero si quiere pase la direcciòn de la peluqería y vamos con un par de amigos a hacerle pasar a Ricky un mal momento.
Más no le puedo ofrecer, mi peluquero llamado Angelo no creo que le resulte, solo sabe el corte media americana y hay que estar atento para detenerlo antes de quedar como un marine.

no tan iguales dijo...

Jajaja, gracias por el ofrecimiento, pero no es necesario. La madurez hace que a una se le pase rápido la calentura, total no es más que pelo y ya crecerá.
La próxima vez iré el día que Ricky tiene franco (ya me lo averigüé todo, qué viva soy) para que me corte Karen.

Stella dijo...

Notan, no sabés como te entiendo!!
Los peluqueros aman las tijeras tanto como los cirujanos el bisturí!
Yo tengo un peluquero de barrio al que voy dos veces por año a que me arregle los desastres que me hago yo solita. Y lo elegí por varias razones
1) Para el, dos centímetros, son dos centímetros!
2) Es calladito, y eso para mi es importantisimo.
3) La jermu labura con el y lo tiene cagando, cosa que me divierte mucho!
4) Tiene revistas importadas!

Cuando quieras, te paso el teléfono! jajaa
Besito

Claude dijo...

Yo siempre tuve problemas con los peluqueros/ras. Una vez una aprendiz me rapó y me paseó por todo el salón para demostrar que sabía rapar, y otra vez otra peluquera no me quiso cortar porque... "el nene tiene un pelo hermoso". El peluquero que más he frecuentado--siendo muy chico--es un tal "Tijerita" que le cortaba a los muchachos del Luna Park (mi padre es fanático del boxeo) y me hacía unos cortes tipo romano que cuando llegaba a mi casa mi vieja se cagaba de risa en mi cara. Hoy me corta ella, mi mamá. Es la menos desastrosa.

jorge gómez dijo...

Los peluqueros - igual que los conyuges - son desconocidos que nos tienen a su merced.
Se me podrà decir : Un conyuge tiene infinitos beneficios para equilibrar ese atropello. Es probable. Pero lo de los peluqueros es imperdonable.

Trocamundos dijo...

Hace años que no me corto el pelo en una peluquería, creo que esa profesión tiene un costado artístico que no me interesa descubrir, ya que si les pido que me corten las puntas quiero que ME CORTEN LAS PUNTAS, no que desplieguen su creatividad en mi cabeza.
He decidido cortarme el pelo solita y tan mal no me va, de hecho ya soy la peluquera oficial de alguna de mis amigas y de mi marido que, en sus 15 días de vacaciones anuales, se quiere liberar de la opresión laboral y se hace cosas raras como crestas y otras cuestiones, que terminamos solucionando con un rapado a maquinita un día antes de retornar a las labores.
Perdón a quienes eligieron esa profesión y la desempeñan con seriedad, pero los que no, osea, los artistas, se pueden ir bien a... a estudiar bellas artes.
Salute!

Anónimo dijo...

Yo hace mucho que me retiré de ese ámbito, aunque es así, los muchachos del gremio hacen a su gusto..
muy bueno el texto

Mensajero dijo...

Yo creo que los peluqueros odian que les digan lo que tienen que hacer. Detestan dar servicio. Ellos quieren crear.

Anónimo dijo...

Muy buena presentación de los hechos. La realidad termina por enriquecer a los estereotipos. Me reí un rato.